La primera impresión es quizás la más fuerte de todo el recorrido, estás rodeado de la tecnología humana por todos los lado y, un sólo paso, te hace comprender de golpe donde te encuentras. Un cartel y una puerta metálica cerrada con un candado te avisan de ello. "Si usted cruza este punto lo hace bajo su entera responsabilidad. A partir de aquí se encuentra usted en una zona de alta montaña y existe un peligro cierto de muerte." Saltas la valla, te colocas los crampones y, cuando crees que estás listo, abandonas la cueva de hielo y, de repente, una ráfaga de fuerte viento te sacude, miras abajo, a tus pies, y descubre que te encuentras sobre el filo de una fina arista en la que sólo caben tus pies en paralelo, a la izquierda una caída en vertical de más de mil metros, a tu derecha, trescientos metros de vertiginosa ladera hasta el valleé blanchê.
En realidad, aquí comenzaron mis problemas con la altura. No puedo decir que me diera mal de altura propiamente dicho, la verdad es que no. No me dolía la cabeza, no tenía taquicardia... pero al comenzar a subir la suave pendiente desde el valle hasta el viejo refugio abandonado me dí cuenta del problema. Apenas subía cuatro pasos y no podía respirar, me mareaba y tenía que parar. Otros cuatro pasos y de nuevo el mareo. "¿Cómo vas?" -me pregunta Rafa, consciente de lo que ocurría- "Mal, respondo yo, me mareo y me cuesta respirar", "¿quieres que demos la vuelta?", "no, vamos a seguir, a ver que tal evoluciono". La primera subida de la arista, toda por nieve, es un suplicio. Tres pasos y parada, tres pasos y parada. Tengo que respirar por la boca para que el aire me llegue a los pulmones y eso supone un problema. Llegamos a un pasito un poco más complicado y el esfuerzo se me hace enorme, apenas tengo fuerzas en los brazos y el mareo es aún peor. Aún así, estoy dispuesto a continuar. Se lo digo a Rafa pues creo que es una decisión que nos afecta a los dos, sobre todo teniendo en cuenta que, a partir del primer rappel, la única salida es por arriba y la decisión tiene que ser de los dos. "Si quieres lo dejamos, tú decides, me dice", "vamos a seguir, hemos venido a hacerla y la vamos a hacer, aunque sea despacito, ¿tú que dices?". "Vamos a hacer una cosa -me contesta- nos encordamos a diez metros, más o menos, subo yo, busco un sitio más o menos seguro y subes tú, así vas recuperándote". Dicho y hecho, y la cosa funcionó, dosificar el esfuerzo junto a una paradita en la que tomamos agua y una barrita me devolvió la vida. "Cómo te ha cambiado la cara -me dice Rafa-, hace un momento estabas blanco, me dabas miedo", "pues ahora me fumaría un cigarrito -le contesto yo-", "ni se te ocurra, ¡vamos que ya estamos cerca de los rappeles". Y así era, fue doblar un recodo y, de repente, nos encontramos con toda la cola. Dos guías italianos con, al menos seis o siete chavales, dos alemanes y, detrás nuestra tres franceses bastante majos. Allí estuvimos casi una hora parados, helados, mientras la tormenta empezaba a engullirnos a todos. Las manos se quedaban heladas, había que moverse, te quedabas entumecido en pocos minutos. Llegó un tío en solitario, vió el percal, se asomó dos o tres veces y, a la siguiente, tomó por el camino de enmedio y se destrepó este primer tramo. Al fin, les tocó a los alemanes, debían de ser las circunstancias, pero me parecieron tremendamente lentos, no nos tocaba nunca. Al fin, llegó nuestro turno, Rafa no perdió un minuto, pasó la cuerda y para abajo, unos pocos minutos después bajé yo, no tardamos nada pero los italianos seguían descolgando gente por el segundo rappel, el más complicado y algo volado. Ya estábamos completamente empapados, como se agradece la ropa técnica en estas condiciones, sólo las manos sufrían, me puse los guantes gordos, los Low Alpine que me regaló Rafa para hacer hielo, pero casi fue peor, los finos estaban empapados y casi no sentía las manos. "¡Madre mía, otra media hora larga que llevamos aquí y la tormenta va a peor, ¿qué está cayendo, agua o hielo?!", "qué lujo las botas, no me duelen los pies y van calentitos", voy tratando de entretenerme en estos pensamientos mientras pasa el tiempo lentamente. Parecemos molinillos agitando los brazos y moviendo las piernas para no quedarnos helados. Al fin nos toca, "este Rafa es un máquina con las maniobras, no ha tardado ni dos minutos y ya le oigo ¡vamos Jose!". Me muevo por la pequeña repisa helada hasta la seguridad de las chapas y la cadena, coloco la línea de vida y agarro las cuerdas. Tengo que concentrarme para no perder el reverso, las manos están frías y torpes y sólo a la tercera logro pasar el mosquetón por las cuerdas, estoy listo, miro al francés que está detrás mío y sonríe, no he debido de tardar mucho después de todo. Me coloco y saco el culo al volado pero no parece una buena idea, finalmente me cuelo por el estrechamiento y ya me siento mejor colgado de la cuerda. Sólo unos minutos y estoy junto a Rafa, en una pequeña repisa de nieve que rodea el segundo gendarme. "Ve subiendo mientras recojo la cuerda, me grita Rafa", ya casi no podemos oírnos con la que está cayendo. Rodeo el gendarme y me encuentro con la primera dificultad un poco seria de la Arista, un sistema de fisuras encajonado en una chimenea que termina con un paso largo para cruzar encima de un bloque, y nuevamente la cola. Aquí los italianos no se comen mucho la cabeza para subir a los chavales, aunque a los alemanes les cuesta un poquillo el paso. Sube Rafa y tras mirarlo un par de veces lo resuelve sin grandes dificultades, arriba asegura y me toca a mí. Vamos a ver si las fuerzas han vuelto a los brazos o no. Subo las fisuras de la derecha y logro alcanzar el taquito de roca donde apoyar el pie mientras pongo los brazos al otro lado y doy el paso largo con el pie derecho, todo va bien pero en el último momento el crampón del pie izquierdo resbala y me caigo cuando ya casi estaba resuelto el paso. "¡Joder, qué putada!" no puedo reprimir la exclamación, ahora hay que duplicar el esfuerzo, el paso sale, aunque la salida no es precisamente elegante, la repisa esta ya totalmente cubierta de hielo y tengo que arrastrarme un poco, tengo que tomar un respiro antes de incorporarme y Rafa me apremia, "¡vamos Jose, arriba, no te pares ahora, vamos tío, de pie!" creo que Rafa se ha asustado pensando que las fuerzas me han abandonado definitivamente, así que me pongo de pie y le sonrío, "tranqui tío, estoy tomando un respiro, no veas lo que me ha costado".
Por delante de nosotros se nos presenta una travesía que impresiona un poco, un tramo helado descendente que no deja sobre un bloque a modo de esquina, en oposición saco el cuerpo hacia mi derecha y veo donde poner el pie derecho, un pequeño escalón colgado sobre un corredor que se pierde en la niebla, vertiente abajo, un poco más allá otro escalón colgado y luego, una exigua repisa que da paso a otra travesía descendente, completamente helada, sobre una pared vertical fisurada. Cuando hago el giro sobre el primer escalón y me dispongo a cambiar el pie para poder pasar el derecho al otro escalón, con todo el culo fuera, colgado del vacío, llega el francés y muy amablemente me dice que si me ayuda. No creo que lea esto pero si es así, tío disculpame pero me salió del alma, voy y le contesto al pobre: "Si me tocas te como la mano". Después de estos tres pasos, la repisa y la travesía, encajando la hoja del piolet en las fisuras sale bastante bien y cuando me encuentro con Rafa ambos nos recibimos con una sonrisa de oreja a oreja. Para mí, personalmente, es uno de los pasajes más expuestos pero más bonitos de toda la travesía. Lástima que sólo viéramos cuatro metros alrededor. Seguimos subiendo ya por nieve dura y pequeños resaltes hasta rodear a una pequeña subida. Rafa y yo nos miramos y comentamos que nos vamos a encontrar la placa fisurada en unas condiciones lamentables. Todo el mundo coincide que es la parte más técnica y difícil de todas y, para mí, así fue.
Cuando vimos la cola que había, decidimos parar a tomar otra barrita y otro trago de agua. Otra hora larga allí parados. Los italianos no se complicaban la vida, desde el parabolt de la primera repisa iban izando a los chavales uno tras otro, solo una chica, aparentemente japonesa o coreana, que ya había mostrado buenas maneras antes, se decidió a intentarlo y, tras un par de resbalones lo consiguió para alegría suya y del guía. Llegaron tras nuestro unos chavales vascos, muy majos (un saludo Aitor si lees esto, ya ves que sí, que llegamos arriba). Tras un rato de charleta fui a hacerles una foto y es cuando tomé verdadera conciencia de lo que esta suponiendo la tormenta, las cremalleras del gore-tex estaban cubiertas de hielo y apenas si podía buscar el móvil. Al final no hubo foto, en la placa, completamente mojada y casi helada, seguían los resbalones. Ya les avisé, "armaros de paciencia que yo voy un poco flojo de remos por la altura y ya veremos si no me pongo a parir", "tranquilo Jose, si hay que echar una mano se echa y entre todos te subimos en un plis".
Una vez superada la chimenea, se flanquea por nuestra izquierda, y por medio de un paso largo se pasa a un bloque desde el que hay que dar un pequeño salto para bajar, hemos cambiado de vertiente y nos encontramos en plena cara norte. Aquí la tormenta es cosa seria y el alma se nos cae un poco a los pies. La chimenea es un sistema vertical que se supera en zig-zag y está llena de gente, los guías italianos siguen arriba afanándose, gritando para poder hacerse oír, los vascos esperan abajo y aparecen dos chavales alemanes que vienen del espolón de los cósmicos, castigados por la tormenta, el que parece ser el líder va muy decidido a por la chimenea, el de detrás va hecho polvo. Rafa, viendo el percal, se pone en la base de la chimenea para no perder el turno pero ahí, la ventisca le sacude de lo lindo y le veo tiritar, por primera vez me preocupo seriamente por el cariz que toma la meteorología. Me dice que me quede más atrás, haciendo equilibrios en una canal de nieve, pero allí, al menos, estoy protegido del viento. Pasa media hora y aquello no avanza, otra media hora y el alemán se pone borde, intentando que pase el vasco aunque su compañero no le pueda asegurar. Tan borde se pone que, al final, el vasco le grita que lo intente por la pared helada del gendarme. El alemán se calma. Al final, el vasco de arriba grita que ya pueden subir que pasó el atasco. Cuando sube el segundo, el alemán sube a su par y prácticamente, tira de su compañero desde arriba. Al fin, ya nos toca, me pongo en la base y aseguro a Rafa, sube, un paso delicado con empotramiento de puño para subir el pie izquierdo a una fisura completamente cubierta de hielo, las condiciones aquí, en la cara norte son verdaderamente duras. Sube con cierta dificultad hasta un enorme bloque que hay que atravesar en travesía ascendente a izquierdas hasta trincar un filo y salir a otra canal vertical. Un pequeño susto, pues todo está ya cubierto de hielo pero Rafa se trinca y sale bien. En un plis está bajo un pequeño extraplomo que hay que superar con un paso en equis. Aquí me desenvuelvo bien y resuelvo los pasos con seguridad y, enseguida, llego con Rafa. Seguimos oyendo gritar a los italianos por encima nuestro, aunque no los vemos, ¿qué narices estarán haciendo para pasarlo tan mal?. Sigue Rafa, se da el paso complicado y sale a una buena canal llena de agarres por todos lados y de nieve en buen estado, llega a un paso raro con un bloque inclinado y desde allí me grita: "salen dos huellas, una a izquierdas y otra a derechas, ¿por cuál tiro?" -"Por la fácil, le grito yo desde abajo"- "Sube y lo vemos". Extrañamente, me encuentro mucho mejor físicamente ahora que al principio, como si hubiera aclimatado, y el paso sale facilmente, subo rápidamente por la canal y enseguida estoy junto a él. A los dos nos parece más lógico el camino de la izquierda así que, paso yo delante hago una pequeña travesía y me quedo junto a un bloque que cierra el camino pero que parece accesible. Paso la cuerda por un cuerno de roca y aseguro a Rafa, definitivamente estoy mejor. Es como si haber pasado la placa me hubiera liberado psicológicamente. Nos subimos al bloque y Rafa me asegura mientras destrepo una fisura hasta una pequeña plataforma nevada. Llega Rafa y los dos nos miramos con cara de póker: estamos en un callejón sin salida. Frente a nosotros un muro de unos treinta metros nos cierra el paso. A nuestra derecha una laja colgada con dos fisuras. Bajo nuestros pies, la cara norte de la Aiguille de Midi, no vemos el patio por la niebla, pero podemos adivinarlo.
La salida, es evidente, pasa por superar la laja colgada hasta una especie de cresta de gallo que la corona. Rafa la mira, la tienta, pone un friend, se baja. Vuelve a subir, chapa el friend, coloca un fisurero a su izquierda en una fisurilla, intenta poner una cinta larga para el pie, vuelve a bajarse. Respira hondo y vuelve a la carga, esta será la buena. Finalmente no usa la cinta para el pie, sube en bavaresa un pie en la fisura de dentro, un paso más y logra encajar la izquierda en la fisura paralela exterior, se retuerce, parece que la jodida gravedad podrá con él y lo sacará de allí pero Rafa es mucho Rafa, un tirón y ya está trincado de la cresta de gallo. Respiramos aliviados. Monta una reunión improvisada sobre la laja y desde allí me asegura, quito la cinta del fisurero y me dice que lo deje pues desde arriba lo saca el mejor. Me encaramo hasta la laja, empotro el pie derecho en la fisura interior y busco donde colocar el izquierdo, de repente, lo veo claro, las puntas a la fisurilla donde está el fisurero, así voy progresando poco a poco, hasta que la fisura interior se ensancha tanto que no puedo encajar el pie derecho, empotro la rodilla, de allí no me mueve nadie, ya he parido bastante. Me retuerzo como una serpiente y logro poner el pie izquierdo en la segunda fisura, ahora sí estoy trincado, un último tirón y ya tengo la cresta en la mano, prueba superada.
Cuando Rafa y yo llegamos a la terraza eran las 16:43, Liby y Carlos habían tardado poco más de dos horas y media en hacer el mismo recorrido. La tormenta nunca llegó a alcanzarlos. De cualquier manera, todos lo celebramos esa noche con una suculenta fondue en un restaurante de Chamonix.